Y las lavanderas que, sin tregua ni descanso, acudían a las orillas del Manzanares para ganarse la vida lavando la ropa de las familias acomodadas de Madrid. Cuentan que, cuando Felipe II quiso tener una descripción de todos y cada uno de los pueblos de sus reinos, ordenó en la Navidad de 1575 la redacción de las llamadas 'Relaciones Histórico-geográficas-estadísticas de los pueblos de España'. Dicho método consistía en el envío de una encuesta con 57 preguntas, a la que los villaverdenses contestaron describiendo su entorno como «lugar de realengo y de labradores». Por aquel entonces, el vecindario no superaba los 300 vecinos.
Hoy excede los 140.000. En esta transformación incide el historiador José María Sánchez Molledo. La primera vez que se enfrentó a la tarea de escribir sobre un barrio de la capital fue con su Carabanchel natal como argumento. Después llegaron Latina, Usera y, finalmente, este nuevo enclave al que se desplaza acompañado por su compañero Miguel Ángel García Castrillo.
Los autores del libro 'Villaverde' (Editorial Temporae) pasaron medio año visitando archivos y atesorando información, seleccionando y recapitulando las más de 200 fotografías que ilustran la publicación para, en orden cronológico, confeccionar este diario visual en blanco y negro que desgrana la historia del distrito más industrial de Madrid.
Los protagonistas que ponen rostro a este relato son sus propios habitantes. Vecinos de épocas pasadas y presentes cuyos testimonios aparecen recogidos en forma de foto: mozos atareados en alguna fábrica de automóviles, mujeres trabajando en una empresa eléctrica, chiquillos en sus pupitres de la escuela y devotos procesionando en Semana Santa. No en vano, buena parte de la vida social se realizaba en torno a la parroquia de San Andrés Apóstol, que marcaba el calendario festivo del barrio. Cuando se le pregunta por su razón de ser, las «condiciones del terreno» son, según Sánchez Molledo, una de las principales causas de que hoy Villaverde exista tal y como es.
Tanto es así que, en 1851, cuando Isabel II inauguró la línea de ferrocarril Madrid-Aranjuez, popularmente conocido como 'Tren de la fresa', éste ya hacía parada en varios puntos del término municipal, además de contar con una pequeña estación que influyó en su posterior morfología urbana. «Esto lo convirtió en una zona de paso, un lugar llano propicio para la industria, muy cercano a la ciudad y bien comunicado», apunta el historiador.
No fue hasta el año 1954 cuando se anexionó a Madrid. Por aquel entonces, Carabanchel Alto y Bajo, Canillas, Canillejas, Hortaleza, Barajas, Vallecas, El Pardo, Vicálvaro, Fuencarral y Aravaca ya habían hecho lo mismo. Según consta en las bases de anexión, aprobadas en septiembre de 1952, «la necesidad de favorecer en los mayores términos posibles el desarrollo urbano de una zona industrial tan importante como la que ha ido formándose en este municipio» fue el principal motivo para la incorporación de este distrito. «Madrid se iba extendiendo.
Era algo inevitable, y Villaverde ganó en cuanto a uniformidad», sostiene el historiador. «En el momento en el que pierdes tener un ayuntamiento propio, es cierto que puedes perder también algo de identidad pero, en conjunto, Villaverde salió ganando tras la anexión. Se integró en Madrid y, a la hora de planificar su urbanismo y sus servicios, contó con más presupuesto y un criterio más racional». Con la vista puesta en el horizonte, la publicación la cierra un apartado en el que, sin obviar los «problemas generales de Madrid», entre los que destacan «la limpieza, el uso de espacios públicos, la vivienda o la inseguridad», se hace un llamamiento a proteger la esencia y el carácter de uno de los enclaves con más carisma de la ciudad pues, como concluye el capítulo, «Villaverde tiene más futuro que nunca».
Fuente: El Mundo