La antigua planta siderúrgica de Arcelor Mittal de Villaverde ultima su desmontaje cerrando el capítulo de la industria pesada del acero en la capital. Madridiario analiza con antiguos trabajadores, vecinos de toda la vida y políticos, la importancia de una industria de este calibre en la vida del barrio.
Villaverde siempre fue un pueblo de acero. Desde que se industrializó, fue la máquina de fabricar cosas de una capital a la que se anexionó en 1954. Las factorías de Boetticher (ascensores), Marconi (radios y objetos eléctricos), Standard y Barreiros (vehículos) eran, junto a las instalaciones militares, uno de los engranajes más importantes de la vida de toda la comarca. Un río humano que funcionaba durante 24 horas todos los días del año. Gigantes que se alimentaban de sudor y hierro. Mucho hierro.
La principal siderúrgica de la zona surgió en los años 50. Era Manufacturas Metálicas Madrileñas S.A., que invirtió 750 millones de pesetas en dicha fábrica, situada sobre una parcela de más de 100.000 metros cuadrados, divididos en talleres de fundición y laminación de acero, parques de chatarra, edificios de oficinas, laboratorios y almacenes. Era un imponente complejo fabril de ladrillo, piedra y pavés. Cuando inició su andadura, tenía la capacidad de producir 220.000 toneladas de acero en chapas y bandas. Vigas, tuberías y todo tipo de objetos de metal pesado para una ciudad en plena ebullición y una industria que comenzaba su 'boom' tras salir España del aislamiento internacional. A finales de los 60, José María Aristráin compró la instalación. Apenas dos años después estuvo a punto de cerrar por los problemas de contaminación que generaba. Como otras 600 personas, fueron los años en los que Gregorio Alba empezó a trabajar en la siderúrgica. "Entré en fundición en 1971 y, de ahí, pasé por tuberías, control de calidad, perfiles y laboratorio", comenta este operario que entregó 38 años de su vida a la empresa. "Era un trabajo durísimo: turnos de 20 días en fundición, funcionando las 24 horas a muchísimos grados. Yo no tenía nada y me dio la oportunidad de tener un trabajo y sacar a mi familia adelante", prosigue.
Las máquinas apenas paraban nunca y los trabajadores, con unos sueldos muy por encima del resto de industrias, eran ajenos a muchos de los movimientos sindicales de los años 70. Solo cuando murió Franco, con la crisis de Marruecos y la posterior reconversión industrial, hubo algunos problemas. "Villaverde creció alrededor de la industria. En Aristráin pagaban bien y funcionaban de forma familiar. Permitía a la gente tener un proyecto de vida. Era esa industria que agarraba a la gente al barrio porque los trabajadores vivían junto a la fábrica", explica Prado de la Mata, exconcejala de Izquierda Unida e histórica dirigente vecinal del distrito.
Luego llegaron los ochenta y la preocupación por el medio ambiente. Seis veces al día, el cielo se teñía de rojo en el barrio cuando la cumbrera de la fábrica expulsaba gases a la atmósfera. Los vecinos tenían el corazón dividido. "La fábrica era mi vida pero también era un poco mi muerte, por el tema del humo. No podía criticarlo porque de eso comían mis hijos", plantea Alba. De La Mata añade que, "durante un tiempo, se perdonó en parte la contaminación porque la fábrica daba trabajo. Pero llegó a un punto que hubo que movilizarse".
Esperanza Aguirre, actual portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid y concejala entonces, primero en la oposición y luego en el gobierno, vivió de primera mano el problema. "Los vecinos estaban muy preocupados. Era la mayor queja que había entonces en el distrito porque esos humos, aunque no eran especialmente contaminantes, sí eran extraordinariamente molestos. Sobre todo, para personas con alergias. En 1989, cuando me convertí en la responsable de Medio Ambiente, tomé contacto con el director de la fábrica -después de tomar referencias de industrias similares sostenibles como Forjas Alavesas-. Para mi sorpresa, me dijo que ellos estaban dispuestos a tapar la cumbrera y poner una depuración de todos esos humos para que no vertieran a la atmósfera todas esas partículas", explica. 1.500 millones de pesetas de entonces para que la fábrica continuase siendo parte del paisaje de Villaverde y no un enemigo.
Para entonces, Aristráin había fallecido (en 1985, en un accidente de helicóptero) y la planta pasó a manos, primero de Aceralia, y luego de Arcelor Mittal, que mantuvo su actividad hasta que en 2012 cerró definitivamente sus puertas por una reorganización de la estrategia del gigante franco-indio. Uno de los grandes colosos de la carretera de Toledo se convierte en la chatarra que tantas veces fundió para hacer vigas y tuberías. El exconcejal de Villaverde, Joaquín María Martínez explica, "durante décadas, la fábrica trabajó a gran rendimiento y trató muy bien a los trabajadores. Con la última crisis, la actividad cayó junto a la construcción. Prejubilaron a unos. Trasladaron a otros a Zaragoza o el País Vasco. Y otros forman parte del ERE". Significó el cierre de la última gran fábrica siderúrgica de la capital. De sus 390 trabajadores, apenas 105 han conservado su empleo, después de soportar un ERE temporal desde 2009 por falta de demanda.
Es el ocaso de una época, la del cinturón industrial de Villaverde. "La crisis ha disminuido la zona industrial, aunque aún quedan gigantes como Peugeot o Isolux; y están surgiendo otras actividades como servicios terciarios, centros universitarios, hoteles...", plantea Martínez. A lo que De la Mata matiza: "La desaparición de la industria no solo supone que haya gente en el paro, sino que desaparecen los puestos de trabajo. La reconversión urbana de Villaverde hacia un terciario relacionado con la logística no genera tanto empleo. Tampoco se sabe qué va a ocurrir con el suelo de la fábrica -al parecer, ya hay interesados-. La fundición ha sido víctima de la globalización y aquí solo se queda un solar".